domingo, 25 de mayo de 2008

Cuelgue



Tendida. Quién no disfrute del lento vaivén que arroje la primera piedra, eso sí, que apunte para otro lado, no vaya a ser cosa que decubra que a veces es imposible perturbar la verdadera tanquilidad.

sábado, 24 de mayo de 2008

Puntos de referencia

Ya no me envuelve esa frazada exótica, y no es una alegoría. Ya no estoy en la cama y el último lapso del descanso es recuerdo, pero también es proceso. Es mermelada de modorra, pegajosa, empalagosa, pero accesible, fácil en el paladar, exquisitamente ilegal, olvidable rápidamente e inconfesable. Sí, todo eso.
Y ahora esta mañana de tobillos fríos se subleva y me hace pensar que el mundo real es en gran parte incomodidad, urgencia y trabajo desparramado en todas las cosas que tenés que tocar para seguir con el día: la taza, la hornalla en reposo, el fósforo ardiendo tan cerca de la yema, el agua caliente en la pava, el paquete de galletitas absurdamente irrompible y finalmente el dulce. El cuchillo frío lo desparrama y prepara con la espera a tus glándulas salivales para el show. Luego la despedida y pronto el olvido nuevamente.
Lo que seguirá será más trabajo, quizás más frío, calle, ruidos urbanos, cuerpos desayunados y luego de un par de horas el aroma del café de alguien que te mira desde una vidriera como vendiéndotelo. Ofreciéndote un corto período de su vida, un poco de su sensación cálida y agradable. El frío de afuera empaña los vidrios y el mundo que estabas contemplando desaparece como en un acto de magia. Seguir caminando o entrar al café. Seguir caminando seguramente involucre entrar en otro café pero ya sin dudar para pedir ahora ese cortadito insoslayable. Ese acto permisivo de sentarse y sorber ese fuerte brebaje se convierte en una instantánea de Polaroid, así que otra vez al ruedo y a olvidar. Nos queda el trabajo que nos recibe frío y ventoso.
Ahora he olvidado todo lo anterior. Sólo me envuelve lo inmediato, llamadas telefónicas, problemas y soluciones, chistes al paso y sobretodo lápiz y papel. Como en medio de ese torbellino habitual me habla tu voz tan cerquita del oído que logra convertirme en pisapapeles donde no hay viento, un completo inútil. Y la sonrisa para qué, me pregunto, si a través del teléfono no se ve. Ahí termina todo o tal vez empiece, es lo mismo. Un poco más de olvido y a sumergirme otra vez en lo que no tiene sentido.
Urge en mi estómago una necesidad de algo que no me deja continuar. Sigue siendo responsabilidad, labor, debo trasladarme hasta el lugar adonde me alimentaré. Acá estoy otra vez, de este lado. El aroma supo transportarme nuevamente y agradezco infinitamente gozar de sentidos como el olfato. El acto de comer ocurre mecánicamente. No es un manjar de reyes, pero estoy satisfecho, el vapor de la comida caliente es una bendición. Un poco más de agua y ya está. El olvido entra en juego.
Más tarde, camino por la calle y nada parece desencajarme del cuadro. Un color más o menos no hace a la diferencia, eso me da la sensación de que soy insignificante, y lo peor, tengo la certeza de que todos se sienten igual, lo que me da la pauta de que encima somos todos iguales. Ahí va, el tiempo acaba de prolongarse en un ritardando inesperado, la imagen deja su chatura de lado y se vuelve fabulosamente tridimensional. Es el sol el responsable de teñir de amarillo a la plaza, el audio se modifica y los sonidos se vuelven incomprensibles por su desmedida lentitud. Tarde o temprano la imagen se termina, mis pasos no van a tempo y el disfrute se acorta considerablemente.
Luego de varias horas, vuelvo a casa ansiando algo que sí recuerdo. El té de frutas. El té es una de las pocas cosas que provoco porque recuerdo que me otorga otra espacialidad, otro tiempo, otra dimensión podría decirse. A veces creo que el trabajo no es trabajo, pero me doy cuenta de la verdad cuando transito por cualquiera de estos puntos de referencia. Me traslado por el día con la ayuda de estas lianas, de estas sogas empapadas necesariamente de olvido para que siempre aparezcan como vírgenes, de la nada.

El mareo, "un dibujo de"

Metamorfosis

Veo motocicletas rodando a toda velocidad por un terreno llano. Un detalle: nadie las conduce (un par de colores que hacen a la imagen: naranja, amarillo y ocre) Se dirigen hacia las montañas, que es adonde se pueden refugiar del viento.
De pronto y casi prevesiblemente se vuelven esponjosos conejos, blancos conejos de un tamaño algo exagerado que se trasladan, curiosamente sin mover sus patitas. Pareciera que alguien los empujara hacia a un lugar adonde no quieren ir. Algo que me parece más raro aún es que sus orejas ahora crecen apresuradamente, y su cuerpo, en un movimiento ya sin gracia, se torna algo más alargado. Burros, una manada de burros se acrecienta en cantidad.
Motocicletas, conejos, burros; algo más que la continuidad los vincula: el destino final que no es sino el límite que recortan el cielo y las montañas. Al menos, hasta ahí llegan mis ojos. Quizás detrás de éstas haya un paraíso perdido, o una pequeña aldea con pequeñísimos habitantes. Qué pena que ya no los distingo uno a uno. Supongo que siguen en continua metamorfosis. La distancia no los favorece, se han convertido en una masa lúgubre que a lo lejos se viste de gris. Probablemente esté lloviendo ahora en aquella aldea.

Li,
13/09/05

Duelo invertido

(Retrato del dolor despojado del problema y de la solución)

Hoja en blanco, que fácil sería dejarte virgen. El silencio es más efectivo. Y más doloroso.
Perdí. Ahora me doy cuenta de que soy capaz de percibir dolor. Y que frío, dulce y filoso se vuelve todo. Me hace llorar. El frío es azul y no me cabe la menor duda.
De pronto sé que si no existiera el mundo y sólo fuéramos nosotros dos también sería posible el dolor. Era algo de lo que veníamos librándonos.
Terminé adaptándome al ritual que involucra vernos todos los días, y ahora no soporto unas horas separados. Separados, curiosamente enfrentados.
Hay una distancia flexible entre ambos. Lejos. Me ves chiquita de lo lejos que estamos, un puntito allá. Lejos. Casi parte del paisaje, entre la niebla. Y es inútil que caminemos porque la recta se estira a cada paso mío o tuyo, no importa, probablemente simultáneos. Izquierda, derecha, izquierda, derecha...
Bang Bang.

¡Oh lector!

Oh lector quete escudas tras estas letras pretendiendo burlar por un momento a la voz de tu conciencia, o tal vez a tus propias ideas. Oh lector que descansas inocentemente de ti mismo, que te reconfortas ante lo ajeno. Oh ector que sería de mí si no me prestaras tu compresión por un rato.

Li,
21/10/05

Calesita

Gira, entonces el movimiento se presenta eterno. Es conmovedoramente hipnótico. Naturalmente en ese girar, se palpa una rutina casi real. Todo, hace que de lejos parezca un tentandor microcosmos, y pensar que tan sólo es un engranaje musical poblado de huéspedes que pretenden ser pasajeros. El viaje es seguro y eso lo saben todos. ¿El objetivo? No es más que disfrutar, como en un sueño, del lento traslado. Como un beneficio adicional lo cíclico del paisaje produce una sensación confortable.

Li
21/09/05

Policromon

Hace un tiempo me topé con un árbol cargado de frutas de distinto tipo y color. Se destacaban las bananas que pendían de la misma rama que los duraznos. Las manzanas rojas estaban todas en un mismo sector como queriéndo diferenciarse de las verdes, que estaban en el centro. Las uvas caían en manojos desde las puntas, algo para destacar, rosadas y tintas compartían un mismo racimo.
Quise probarlas todas, para eso debí romper con la armonía del árbol tomando las frutas que estaban a mi alcance. Lo hice con la misma delicadeza con la que alguien toma entre sus dedos un vidrio roto, delicadeza que involucra un latir de miedo y de precaución (riguroso en su constancia y ritmo parejo). Antes de probarlas medíté unos minutos acerca del nombre del árbol. ¿Tendría alguno? ¿Habría sido descubierto? ...¿Estaría soñando? De todas maneras supuse que debía ser recordado bajo un nombre y como no lo conocía lo llamé Policromon.